¿Y las alas de Maléfica en el show de Victoria’s Secret?
- Prensa Empoderame
- hace 13 horas
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Sheila Jeffreys nombró lo incómodo: muchas “prácticas de belleza” son prácticas dañinas que sostienen subordinación, maquilladas como autoexpresión o empoderamiento. El show vende esas obediencias estéticas como libertad deseable, pero su rentabilidad depende de la inseguridad que produce.
En la película Maléfica, a la protagonista le roban las alas. No le quitan solo la posibilidad de volar, sino el derecho a su propia fuerza. Le amputan el poder de decidir sobre su cuerpo.
Eso mismo hace el espectáculo del deseo patriarcal: nos arranca las alas y luego nos vende réplicas de cartón para hacernos creer que seguimos volando.
El desfile de Victoria’s Secret revive la vieja fantasía del ángel perfecto: delgado, disciplinado, dócil. Pero esta vez lo adorna con diversidad, autoestima y empoderamiento. Y, sin embargo, cuando las modelos de tallas grandes aparecen cubiertas, tapadas o estratégicamente maquilladas para no “incomodar”, entendemos que nada ha cambiado.
A Maléfica le arrancaron las alas. No fue un accidente: fue una traición con nombre propio, una amputación de poder para convertirla en leyenda domesticada. Tardó años en entender que su furia no era maldad, sino la memoria que se convirtió en defensa; que su cuerpo mutilado era la escena del crimen y también el campo de batalla.
Cuando por fin recuperó las alas, no lo hizo para posar: lo hizo para volar por encima del daño que le hicieron.
En la pasarela de Victoria’s Secret, las alas abundan. Las alas de utilería, claro. Son alas de cartón diseñadas para que el deseo hegemónico no se desordene jamás. Las modelos delgadas lucen la piel; las curvilíneas, la esconden. La maternidad se erotiza si el encuadre conviene; se cubre si desborda el guión.Y mientras los reflectores prometen inclusión, el contrato sigue intacto: el cuerpo femenino como mercancía prestigiosa en manos del deseo masculino.
Andrea Dworkin describió esta cultura sexual como una ingeniería de posesión: el mercado y el deseo se fabrican juntos, y a la mujer se la entrena para ser recurso. ¿El desfile? Un manual visual de ese adiestramiento: cuerpos preparados, calibrados y ofrecidos; “elección” que en realidad es elección condicionada y premiada por el mismo sistema que la impone.Catharine MacKinnon fue más allá: la objetificación no es una estética inocente, es un método de desigualdad que organiza la vida material de las mujeres. La pasarela produce jerarquía: determina qué cuerpos “valen” y cuáles sólo se toleran si no alteran la geometría del deseo dominante.Sandra Lee Bartky mostró el detalle microscópico: el poder patriarcal disciplina el cuerpo hasta que nos vigilamos solas: dietas, depilación, cirugía, pose, sonrisa. La pasarela opera como pedagogía pública: enseña a niñas y adolescentes qué corregir de sí mismas para “estar a la altura”.
¿Qué daño produce esta fantasía de las mujeres ángeles?
Refuerza la autovigilancia corporal (culpa, dieta, ansiedad) como deber femenino: una versión rentable del “ser para otros”.
Normaliza la objetificación como estética neutra, aunque es tecnología de desigualdad.
Enmascara con “empoderamiento” la misma pirámide del deseo: visibilidad plena para quien no cuestiona la norma; visibilidad condicionada para quien la desborda.
Devolver las alas
Maléfica cosió a su espalda las alas con rabia y con ternura por sí misma. Recuperar el vuelo no fue un acto estético; fue un acto político.
Necesitamos alas que no estén hechas para gustar a los varones, sino para escapar, huir, volar, soñar. Lo que anhelemos.No necesitamos mostrarle al mundo los calzones que usamos para ser reconocidas como libres y poderosas.
Deseamos que las mujeres dejemos de mirar nuestros cuerpos con los ojos de los hombres. Que tengamos alas de verdad.
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