Una voz suave en un mundo violento
- Prensa Empoderame
- 16 jun
- 3 Min. de lectura

Conocí a Jonathan en 2019, en mi primer viaje a Francia, cuando fui invitada a participar en la Semana Abolicionista y a intervenir en el Parlamento francés. Era un momento muy difícil en mi vida. Estaba amenazada en Colombia por mi trabajo como defensora de derechos humanos, había retomado un tratamiento psiquiátrico y cargaba un miedo que era físico, cotidiano, silencioso.
Llegué a París con los nervios a flor de piel, medio dopada por los medicamentos, sin saber si realmente podría con todo. Y fue Jonathan quien me recibió. Recuerdo su voz suave, su español pausado, su manera tranquila y cálida de estar presente. Yo decía que era “tan francés”, pero al mismo tiempo, había en él una humanidad que traspasaba las formas. Me hizo sentir acompañada. Válida. Escuchada. Y sobre todo: bienvenida.
Ese mismo viaje tuvo un incidente que marcó aún más nuestro vínculo. Una noche, mientras me bañaba en el hotel, un hombre del servicio entró sin previo aviso al baño. Estaba completamente desnuda y entré en pánico. Grité con todas mis fuerzas, con el miedo acumulado de años encima. Jonathan me acompañó en ese momento, estuvo ahí, me escuchó, me creyó. Fue muy chistoso después, porque él decía que quería tener un protocolo especial para cuidar a las sobrevivientes durante los eventos... pero la vida siempre se sale del guion. Creo que, desde ese día, Jonathan asumió un rol casi protector conmigo. Siempre, en cada evento, se encargaba de que yo estuviera bien, que tuviera lo que necesitaba, que me sintiera segura.
En ese momento yo hacía parte de otra organización, pero cuando tiempo después fundé Empodérame, fue Jonathan quien nos acompañó en el proceso de ingreso a CAP International. Él me hizo la entrevista, confió en nuestro trabajo, y tejimos muchas ideas y acuerdos para colaborar. Jonathan fue alguien que nunca necesitó levantar la voz para ejercer liderazgo. Su forma de sostener era otra: la del compromiso constante, la de la escucha activa, la de la fe en el trabajo de las sobrevivientes.
En 2023 nos reencontramos en España, en los encuentros abolicionistas de Madrid y Barcelona. Allí acompañé a otras mujeres en la lucha por la Ley contra el proxenetismo. Más adelante, en 2024, llegó el Congreso Mundial en Montreal, Canadá. Para mí fue el punto más alto de mi liderazgo como activista. Y nuevamente, Jonathan estuvo ahí. Fue quien aprobó mis gastos de viaje y visa, sin burocracias ni excusas, simplemente porque confiaba en que mi voz debía estar. Siempre solidario, siempre generoso.
En octubre de 2024 volví a París, esta vez acompañada por mi esposo en un viaje de trabajo donde documentábamos el modelo francés. Nos encontramos con Jonathan, y fue un encuentro cálido, cercano, lleno de humanidad. Nos llevó a probar la cerveza parisina artesanal, nos recomendó un lugar para comer hamburguesas con ingredientes típicos y deliciosos. Nos reímos, compartimos, y hablamos de la vida. Me contó que quería volver a dar clases, que la docencia lo llamaba de nuevo. Hablamos de política, de su compromiso con el Partido Comunista, de cómo soñaba con una izquierda verdaderamente abolicionista. Fue una conversación luminosa. Hermosa. Un recuerdo que guardaré siempre.

Jonathan representa para mí a los hombres que creen y trabajan por esta causa desde el lugar más honesto. Nunca buscó protagonismo, pero fue esencial en muchas historias de mujeres como yo. Su muerte nos duele profundamente, pero su vida nos deja una huella de humanidad que trasciende.
Gracias por creer en mí, por recibirnos, por sostenernos.
Gracias, Jonathan.
Claudia Yurley Quintero
Directora, Fundación Empodérame





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