"La escucho y me duele el alma: el relato de una madre con su hija en prostitución"
- Prensa Empoderame
- hace 1 día
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El siguiente testimonio corresponde a la voz de una madre que me escribe y se desahoga, ella desde hace años, ve cómo su hija se consume en la prostitución. Su relato refleja no solo la angustia de una familia, sino también la crudeza de una violencia que atraviesa generaciones.
"Claudia, esto es muy duro, imagínese, cada dos, tres días verla tomada. Ahorita la llamé y estaba aquí, en mi casa, con su cerveza, poniendo música como si nada. Y yo ya no me gasto más saliva diciéndole, porque de verdad que me he cansado de hablarle. Ella me dice: "Mamita, yo en una noche me gano trescientos, ¿para qué voy a poner un puestico de arepas para ganarme cuarenta?" Y entonces yo me callo, pero el sufrimiento es largo.
Me preocupa mucho, Claudia, sobre todo por los niños. Ese Juan ya está grandísimo, con 13 años, en rebeldía, se tira en la cama y no habla por días. Y la niña… ¡ay, esa niña es cosa seria!, ya no roba como antes que me hizo pasar vergüenzas en el supermercado, pero ahora con diez añitos parece de veinte: vende dulces en la calle, compra maquillaje, uñas postizas, se pinta el pelo, se echa cremas. Hasta en el colegio le dijeron a mi hija: "su niña parece una muchacha de veinte, habla de relaciones". ¿Qué ejemplo tiene, si ve a la mamá cada ocho días, cada quince días, con uno y con otro?
Mi hija tiene 29 años, Claudia, y ya lleva casi diez metida en eso. A veces va solo los fines de semana, a veces todos los días. Me cuenta: "Mami, estuve en Santa Fe, llegaron dos clientes, me fui con ellos". Y yo me resigno, porque ¿qué puedo hacer? Le pido a Dios que me la proteja, porque el corazón me duele.
A veces se va con la hermana, se sientan, se toman unas cervezas y llegan aquí a las cinco de la mañana diciendo: "Mami, tengo hambre". Entonces yo les hago un caldo, se acuestan un rato, y al otro día como si nada. Pero para mí es muy triste verla así. En el barrio la gente la mira: por la forma en que se viste, cómo grita groserías, cómo habla. Y yo le digo: "Esta casa es una casa de Dios". Ella me responde: "Yo no vengo todos los días, mami, yo vengo de vez en cuando".
También me ha querido agredir. Una vez me quería matar por un problema que tuvimos, yo le pedí ayuda al Bienestar familiar para los niños y ella se enfureció. Después se calmó, hablamos, pero el miedo y el dolor me quedan por dentro.
La casa se me vuelve un refugio y una carga. Yo la mantengo limpia, pintada, organizada, como para distraerme del dolor. Pero el alma la tengo en pedazos. He bajado nueve kilos, me despierto en la noche pensando en ella, en mis otros hijos, en mis nietos. Y yo digo: hasta que no le pase algo grave, Dios no lo permita, ella no va a salir de ahí.
Claudia, es un sufrimiento largo, muy largo. Pero gracias por escucharme, porque a veces siento que me voy a ahogar con todo lo que llevo por dentro."
Este testimonio nos muestra el entorno violento y degenerativo que produce la industria prostituyente, es una violencia que rompe cuerpos, vínculos y proyectos de vida. Lo que aquí habla no es solo una madre desesperada, sino también la evidencia de cómo las mujeres son empujadas a sobrevivir en condiciones que destruyen su salud física y emocional, y cómo sus hijos quedan atrapados en un círculo de dolor y abandono.
Visibilizar estas voces es un acto de dignidad. Porque detrás de cada cifra de prostitución hay familias que lloran, esperan y luchan.
Si quieres ser escuchada no dudes en escribirnos.
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