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El Barrio Rojo es un espejo que refleja lo mejor y lo peor de nuestras sociedades.

¿Qué hay dentro de la vitrina?


“Países Bajos ha identificado un aumento significativo de víctimas de explotación sexual procedentes de América Latina, principalmente de Colombia, Brasil y Venezuela. Este fenómeno es especialmente preocupante en sectores como la prostitución a domicilio y los servicios de compañía, que son menos visibles para las autoridades y, por ende, más difíciles de rastrear.” (Rachidi, 2024).

Vitrina en el Barrio Rojo

Ámsterdam me recibió en otoño del 2024 con su encanto de ciudad desarrollada, con sus canales tranquilos, su orden y limpieza, y su apariencia de libertad. Pero al caminar por sus calles adoquinadas, sentí una confusión profunda. ¿Cómo podía un lugar tan avanzado y bonito albergar un rincón que encierra tanta desigualdad y explotación? Esta ciudad, que presume de modernidad, mantiene también un sistema arcaico: un barrio donde el placer masculino es el centro y donde las mujeres son el único objeto de intercambio. Una contradicción difícil de asimilar, que me hizo ver más allá de la fachada del “libre albedrío”.La experiencia no era meramente turística. Mi trabajo en Colombia requería conocer de primera mano cómo funciona lo que en mi país se quiere implementar, ahora bajo el nombre de “Zona de adultos”.Entre el 50% y el 90% de las “trabajadoras sexuales” en el Barrio Rojo podrían ser víctimas de trata, según estimaciones de la Policía Nacional Neerlandesa (KLPD). Este dato no solo me moviliza, sino que también me permite cuestionar el aparente éxito de la regulación.


El Barrio Rojo funciona como una suerte de gueto. Un gueto es un espacio donde, voluntaria o involuntariamente, y por razones políticas, sociales o económicas, se margina a una población con características similares. Lo usaron contra los judíos y en países que aplicaron apartheid o segregación racial. Las zonas de prostitución, zonas rojas, zonas de tolerancia o zonas de “adultos”, como quieren maquillarlo hoy, son guetos para marginar a las prostitutas y, según ellos, evitar que afecten socialmente otros escenarios. Pretenden los políticos “controlar”, pero el control es y será siempre contra las personas prostituidas, dejando al consumidor fuera del ojo crítico, conservando en un pacto patriarcal su anonimato e impunidad.

“Desde el año 2000, la prostitución está totalmente despenalizada y regulada en los Países Bajos. Se calcula que hay de 20.000 a 30.000 mujeres prostitutas en todo el país, de las cuales dos tercios son extranjeras. A pesar de que uno de los objetivos, que supuestamente se persigue mediante la regulación, es acabar con la trata de personas para explotación sexual, la misma ha seguido manteniéndose e incluso ha aumentado en el país.

Los gobernantes, con esas “zonas”, buscan al parecer no mezclar la “inmoralidad” con un mundo “limpio y perfecto”, pero la misma inmoralidad sostiene que los hombres compren cuerpos de mujeres mientras se invierten recursos públicos en saquear esos cuerpos. Que paguen por vitrina o por un pedazo de tierra donde se paran en su propia esclavitud.

En Ámsterdam, una distopía es evidente: una ciudad bonita, limpia, con transporte organizado y buenos recursos, tiene un gueto que beneficia el placer masculino, donde el 100% del objeto de intercambio son las mujeres o las personas feminizadas. Algo tan desarrollado y arcaico a la vez es difícil de entender. Eran cuerpos humanos reales, semidesnudos en una vitrina, como pedazos de carne en la carnicería. Cada ventana mostraba a una mujer en lencería, proyectando una sonrisa ensayada y movimientos calculados. Me detuve, sin evitar mirar sus rostros, algunos desprovistos de expresión, otros ensombrecidos por la fatiga. Otros rostros ya mostraban las huellas del bótox y los rellenos de labios y pómulos.


Una performance que parece agradar a los hombres, pues es bastante popular tanto en Latinoamérica como en Europa. Cada paso me acercaba más a los ecos de las voces que alguna vez me dijeron que este era el “negocio más antiguo del mundo”, como si eso fuera justificación suficiente. Pero yo sabía la verdad; conocía de primera mano el miedo, la manipulación, las promesas vacías de una libertad que nunca llegó. El trabajo más antiguo del mundo realmente es la partería, es ayudar a las mujeres a parir, el origen y sostenimiento de la humanidad. Lo que parece ser un paraíso de libertades esconde una sombra profunda: la pobreza, la falta de oportunidades y la inmigración producto de crisis económicas, ambientales o guerras. La Fundación Scelles destaca que la trata de personas en los Países Bajos ha aumentado desde la legalización de la prostitución, con un incremento del 24% entre 2010 y 2011. La mayoría de las víctimas provienen de países como Nigeria, Hungría, Bulgaria y Polonia, mujeres que llegan con promesas de una vida mejor, de trabajo y estabilidad, y que terminan atrapadas entre escaparates de vidrio.

El Barrio Rojo es un espacio que, bajo la apariencia de tolerancia y legalidad, encierra a las “trabajadoras sexuales” en un rincón apartado del resto de la sociedad. Las vitrinas y las calles adyacentes funcionan como una jaula que aísla y estigmatiza a las mujeres, manteniéndolas en un ciclo de marginalidad y explotación. Esta segregación disfrazada de zona turística, lejos de integrar o proteger, sirve para mantenerlas en un sistema del que cada vez es más difícil salir, limitando sus opciones y su capacidad de soñar con un proyecto de vida que no exponga su integridad o su salud física y mental.En 2012, la organización Stop the Traffik lanzó un video para concienciar sobre la realidad del Barrio Rojo. En él, mujeres bailaban ante hombres que las vitoreaban y tomaban fotos. Al final, la pantalla mostraba un mensaje contundente: “A miles de mujeres se les promete una carrera de bailarina. Tristemente, terminan aquí”. La reacción de los espectadores, que pasaron del entusiasmo al desconcierto, es una metáfora perfecta de la realidad que se esconde tras las luces rojas: la ilusión de libertad que se convierte en una trampa.


Los periodistas Martijn Roessingh y Perdiep Ramesar, en su libro Slaven in de polder, presentan un retrato crudo de estas calles. Sus testimonios hablan de miedo, violencia, presión emocional y física, donde las mujeres, a menudo inmigrantes, no tienen otra salida. El Barrio Rojo de Ámsterdam, para muchos, es el emblema de la liberalidad y la modernidad, pero, para quienes lo observan de cerca, es también un lugar de oscuridad y sufrimiento.


Durante mi viaje a Ámsterdam, lo que vi fue un sistema que perpetúa la desigualdad y la explotación. No se trata de reglamentar mejor ni de “dar mejores condiciones”, sino de dar oportunidades reales a estas mujeres, de ofrecer alternativas, de desestimular la demanda que sostiene este negocio.


El Barrio Rojo de Ámsterdam es un espejo que refleja lo mejor y lo peor de nuestras sociedades.Después de esa experiencia, no puedo dejar de pensar en la otra parte, en la posibilidad de otras alternativas políticas que no arrecien contra las mujeres. Existen ejemplos que nos muestran caminos distintos, que nos enseñan de la violencia constante, el estrés postraumático y la cosificación que sufren las mujeres en situación de prostitución.


Muestran cómo la visión de la prostitución como un “trabajo” facilita la explotación, normalizando una realidad de abuso y trauma. El Estudio Prostitution and Trafficking in Nine Countries: An Update on Violence and Posttraumatic Stress Disorder. Journal of Trauma Practice, muestra cómo la regulación atenta de manera directa contra las personas prostituidas.Por otro lado, Ekberg (2004) presenta una alternativa con el modelo sueco, que prohíbe la compra de servicios sexuales y se enfoca en reducir la demanda, no en penalizar a las mujeres en situación de prostitución. Este modelo abolicionista ha demostrado que, al atacar la raíz del problema — la demanda de servicios sexuales — , es posible reducir tanto la prostitución como la trata de personas. Además, el enfoque sueco ofrece un apoyo integral a las mujeres que desean salir de la prostitución, brindándoles acceso a servicios de salud, educación y empleo, reconociendo que la prostitución no es un destino, sino una situación impuesta por la falta de oportunidades.

“El modelo abolicionista sueco, que penaliza al cliente en lugar de a la mujer en situación de prostitución, ha demostrado ser efectivo para reducir tanto la prostitución como la trata de personas. Según la ministra sueca de igualdad, Åsa Regnér, el porcentaje de hombres que admiten haber pagado por sexo disminuyó del 13,6% al 8% en una década de aplicación de este modelo.” (Anna Prats, 2019).

Me han tomado una foto dentro de una vitrina, donde no puedo negar el miedo que produce por lo encerrado, pequeño y lúgubre. Allí mi actitud fue de un grito con las manos sobre el vidrio. Desde allí veía a la gente caminar en su libertad de locomoción y solo viéndome como un animalito encerrado. Entrar en una vitrina me entregó un sentimiento más que una visión externa.


¿Cómo saber si dentro de estas vitrinas hay trata de personas?

Un mensaje a las ciudades y gobernantes: la creación de estos barrios, zonas o guetos no es una solución probada. Lejos de resolver problemas sociales, han perpetuado las violaciones a los derechos humanos de las personas en situación de prostitución y agravan las condiciones de las víctimas de trata de personas. Estos espacios son reflejos de una política que favorece el control y la marginalización de los más vulnerables, en lugar de promover su protección y apoyo. Mantener zonas de tolerancia solo refuerza un sistema donde el anonimato y la impunidad de los consumidores se perpetúan, mientras que las personas prostituidas siguen atrapadas en ciclos de explotación y estigmatización. Es imperativo que las políticas públicas se orienten a ofrecer alternativas reales y humanitarias, que prioricen la integridad y los derechos de las mujeres, y que desincentiven la demanda que sostiene estos espacios. Solo a través de un enfoque abolicionista, que responsabilice al comprador y proteja a las víctimas, podremos avanzar hacia una sociedad que respeta realmente la dignidad humana.



Este contenido hace parte de la campaña #EndTrafficking de Empodérame, con el apoyo de Freedom Fund para la prevención de la trata de personas.

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